01 Mar Creencias y valores en la forma de vivenciar la enfermedad crónica
Cuando te diagnostican una enfermedad crónica, te ves envuelto en un terremoto de emociones contradictorias que te pueden hacer perder, el rumbo en el viaje de la vida.
Comienzan las resistencias, la incredulidad, la negación y el aislamiento, la ira, duelo o depresión, el pacto con los demás y al final, llega la aceptación si hemos conseguido transitar de manera adaptativa, las fases anteriores.
Siendo la aceptación, el primer paso para seguir viviendo dentro de la nueva realidad que se nos ha presentado sin permiso, pero que está ahí, en el centro de nuestra existencia y la de nuestra familia y amigos.
Con las enfermedades crónicas, cuanto más pronto logres aceptar tu diagnóstico, más pronto podrás esforzarte en mejorar tu salud, y así aprender a vivir de la mejor manera posible con una enfermedad crónica.
Tanto lo que una persona cree y valora, así como lo hace su grupo de referencia en relación con lo que entienden que es para ellos la enfermedad y como les afecta cuando la padece uno de los miembros de su grupo, acaba afectando tanto al curso de la enfermedad como a su expresión.
Las creencias y los valores son guías en la visión del mundo y las relaciones que establecemos con él y los demás, conformando patrones comportamentales del ser humano, así como a fenómenos de la vida cotidiana.
Las creencias nos procuran cierta coherencia entre el pasado y el futuro, así como una red de conexiones que actúan de manera automática para facilitarnos, cierto ahorro cognitivo y de reconocimiento de determinados patrones de pensamiento.
Los valores nos ofrecen procedimientos implícitos para reducir tiempos y espacio en la comprensión de situaciones nuevas o desconocidas, ubicación de acciones, imágenes e ideas dentro del marco general del funcionamiento personal y social.
Las enfermedades no afectan sólo al individuo, sino que alcanza al grupo familiar por extensión parental y emocional como núcleo básico de funcionamiento social.
Cuatro cuestiones actúan principalmente como ejes relevantes: sentido de dominio que se tenga sobre la enfermedad; proceso multigeneracional evolutivo de la enfermedad, pérdida y crisis; creencias familiares étnicas culturales y religiosas y los supuestos acerca de la etiología de la enfermedad.
En cada uno de los puntos anteriores, se pueden detectar estrategias inculpatorias y modos de acción diferenciales, modulados, a su vez por el tipo de enfermedad.
En distintos estudios longitudinales (Schiaffino, et al. 1996) dirigidos a evaluar la representación que poseen los enfermos respecto a su enfermedad y que cubrían distintos factores (gravedad, responsabilidad personal, controlabilidad y posibilidad de cambio), se encontró que existían relaciones significativas entre algunos de estos factores y depresión posterior, aunque la cuantía de esta relación no permitía predicciones muy altas.
Los pacientes fueron entrevistados en relación a sus vivencias de la enfermedad, antecedentes y consecuentes y sus respuestas objetivadas y cuantificadas, los resultados factoriales aislaron tres factores: desmoralización, encuentro de beneficios nuevos y deterioro en las relaciones con los demás.
Las relaciones de estos factores entre sí, fue muy baja, encontrándose que entre los factores primero y tercero presentaron relaciones significativas con ansiedad, mientras que el segundo lo hizo con ansiedad y hostilidad.
Estos resultados sugieren que las maneras de entender la enfermedad, las consecuencias vividas y los modos de hacer de los enfermos con su enfermedad, representan alguna psicopatología o el mantenimiento psicológico que les permite seguir viviendo con menor sufrimiento personal.
Una vez aceptemos nuestras limitaciones, iremos más allá de ellas. (Albert Einstein).